1 Samuel 5:1
El arca en tierra de los filisteos
Y los Filisteos, tomada el arca de Dios, trajéronla desde Eben-ezer a Asdod.
Y los Filisteos, tomada el arca de Dios, trajéronla desde Eben-ezer a Asdod.
Y tomaron los Filisteos el arca de Dios, y metiéronla en la casa de Dagón, y pusiéronla junto a Dagón.
Y el siguiente día los de Asdod se levantaron de mañana, y he aquí Dagón postrado en tierra delante del arca de Jehová: y tomaron a Dagón, y volviéronlo a su lugar.
Y tornándose a levantar de mañana el siguiente día, he aquí que Dagón había caído postrado en tierra delante del arca de Jehová; y la cabeza de Dagón, y las dos palmas de sus manos estaban cortadas sobre el umbral, habiéndole quedado a Dagón el tronco solamente.
Por esta causa los sacerdotes de Dagón, y todos los que en el templo de Dagón entran, no pisan el umbral de Dagón en Asdod, hasta hoy.
Empero agravóse la mano de Jehová sobre los de Asdod, y destruyólos, e hiriólos con hemorroides en Asdod y en todos sus términos.
Y viendo esto los de Asdod, dijeron: No quede con nosotros el arca del Dios de Israel, porque su mano es dura sobre nosotros, y sobre nuestro dios Dagón.
Enviaron pues a juntar a sí todos los príncipes de los Filisteos, y dijeron: ¿Qué haremos del arca del Dios de Israel? Y ellos respondieron: Pásese el arca del Dios de Israel a Gath. Y pasaron allá el arca del Dios de Israel.
Y aconteció que como la hubieron pasado, la mano de Jehová fue contra la ciudad con grande quebrantamiento; e hirió los hombres de aquella ciudad desde el chico hasta el grande, que se llenaron de hemorroides.
Entonces enviaron el arca de Dios a Ecrón. Y como el arca de Dios vino a Ecrón, los Ecronitas dieron voces diciendo: Han pasado a mí el arca del Dios de Israel por matarme a mí y a mi pueblo.
Y enviaron a juntar todos los príncipes de los Filisteos, diciendo: Despachad el arca del Dios de Israel, y tórnese a su lugar, y no mate a mí ni a mi pueblo: porque había quebrantamiento de muerte en toda la ciudad, y la mano de Dios se había allí agravado.
Y los que no morían, eran heridos de hemorroides; y el clamor de la ciudad subía al cielo.