Marcos 6:1
Jesús en Nazaret
Salió Jesús de allí y vino a su tierra, y le seguían sus discípulos.
Salió Jesús de allí y vino a su tierra, y le seguían sus discípulos.
Y llegado el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos oyéndole, estaban atónitos, diciendo: ¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es ésta que le es dada, y tales maravillas que por sus manos son hechas?
¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, y de José, y de Judas, y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros, sus hermanas? Y se escandalizaban en él.
Mas Jesús les decía: No hay profeta deshonrado sino en su tierra, y entre sus parientes, y en su casa.
Y no pudo hacer allí alguna maravilla; solamente sanó unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos.
Y estaba maravillado de la incredulidad de ellos. Y rodeaba las aldeas de alrededor, enseñando.
Y llamó a los doce, y comenzó a enviarlos de dos en dos: y les dio potestad sobre los espíritus inmundos.
Y les mandó que no llevasen nada para el camino, sino solamente báculo; no alforja, ni pan, ni dinero en la bolsa;
Mas que calzasen sandalias, y no vistiesen dos túnicas.
Y les decía: Donde quiera que entréis en una casa, posad en ella hasta que salgáis de allí.
Y todos aquellos que no os recibieren ni os oyeren, saliendo de allí, sacudid el polvo que está debajo de vuestros pies, en testimonio a ellos. De cierto os digo que más tolerable será el castigo de los de Sodoma y Gomorra el día del juicio, que el de aquella ciudad.
Y saliendo, predicaban que los hombres se arrepintiesen.
Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos, y sanaban.
Y oyó el rey Herodes la fama de Jesús, porque su nombre se había hecho notorio; y dijo: Juan el que bautizaba, ha resucitado de los muertos, y por tanto, virtudes obran en él.
Otros decían: Elías es. Y otros decían: Profeta es, o alguno de los profetas.
Al oír esto Herodes, dijo: Este es Juan, el que yo decapité, que ha resucitado de los muertos.
Porque el mismo Herodes había enviado, y prendido a Juan, y le había aprisionado en la cárcel a causa de Herodías, mujer de Felipe su hermano; pues la había tomado por mujer.
Porque Juan decía a Herodes: No te es lícito tener la mujer de tu hermano.
Mas Herodías le acechaba, y deseaba matarle, y no podía:
Porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era varón justo y santo, y le tenía respeto: y oyéndole, hacía muchas cosas; y le oía de buena gana.
Y venido un día oportuno, en que Herodes, en la fiesta de su nacimiento, daba una cena a sus príncipes y tribunos, y a los principales de Galilea;
Y entrando la hija de Herodías, y danzando, y agradando a Herodes y a los que estaban con él a la mesa, el rey dijo a la muchacha: Pídeme lo que quisieres, que yo te lo daré.
Y le juró: Todo lo que me pidieres te daré, hasta la mitad de mi reino.
Y saliendo ella, dijo a su madre: ¿Qué pediré? Y ella dijo: La cabeza de Juan Bautista.
Entonces ella entró prestamente al rey, y pidio, diciendo: Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan Bautista.
Y el rey se entristeció mucho; mas a causa del juramento, y de los que estaban con él a la mesa, no quiso desecharla.
Y luego el rey, enviando uno de la guardia, mandó que fuese traída su cabeza;
El cual fue, y le degolló en la cárcel, y trajó su cabeza en un plato, y la dio a la muchacha, y la muchacha la dio a su madre.
Y oyéndo lo sus discípulos, vinieron y tomaron su cuerpo, y le pusieron en un sepulcro.
Y los apóstoles se juntaron con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho, y lo que habían enseñado.
Y él les dijo: Venid vosotros aparte al lugar desierto, y reposad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, que ni aun tenían lugar de comer.
Y se fueron en un barco al lugar desierto aparte.
Y los vieron ir muchos, y le conocieron; y concurrieron allá muchos a pie de las ciudades, y llegaron antes que ellos, y se juntaron a él.
Y saliendo Jesús vio grande multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y les comenzó a enseñar muchas cosas.
Y como ya fuese el día muy entrado, sus discípulos llegaron a él, diciendo: El lugar es desierto, y el día ya muy entrado;
Envíalos para que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor, y compren para sí pan; porque no tienen qué comer.
Y respondiendo él, les dijo: Dadles de comer vosotros. Y le dijeron: ¿Que vayamos y compremos pan por doscientos denarios, y les demos de comer?
Y él les dice: ¿Cuántos panes tenéis? Id, y vedlo. Y sabiéndolo, dijeron: Cinco, y dos peces.
Y les mandó que hiciesen recostar a todos por partidas sobre la hierba verde.
Y se recostaron por partidas, de ciento en ciento, y de cincuenta en cincuenta.
Y tomados los cinco panes y los dos peces, mirando al cielo, bendijo, y partió los panes, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante: y repartió a todos los dos peces.
Y comieron todos, y se hartaron.
Y alzaron de los pedazos doce cofines llenos, y de los peces.
Y los que comieron eran cinco mil hombres.
Y luego dio priesa a sus discípulos a subir en el barco, e ir delante de él a Bethsaida de la otra parte, entre tanto que él despedía la multitud.
Y después que los hubo despedido, se fue al monte a orar.
Y como fue la tarde, el barco estaba en medio de la mar, y él solo en tierra.
Y los vio fatigados bogando, porque el viento les era contrario: y cerca de la cuarta vigilia de la noche, vino a ellos andando sobre la mar, y quería precederlos.
Y viéndole ellos, que andaba sobre la mar, pensaron que era fantasma, y dieron voces;
Porque todos le veían, y se turbaron. Mas luego habló con ellos, y les dijo: Alentaos; yo soy, no temáis.
Y subió a ellos en el barco, y calmó el viento: y ellos en gran manera estaban fuera de sí, y se maravillaban:
Porque aun no habían considerado lo de los panes, por cuanto estaban ofuscados sus corazones.
Y cuando estuvieron de la otra parte, vinieron a tierra de Genezaret, y tomaron puerto.
Y saliendo ellos del barco, luego le conocieron.
Y recorriendo toda la tierra de alrededor, comenzaron a traer de todas partes enfermos en lechos, a donde oían que estaba.
Y donde quiera que entraba, en aldeas, o ciudades, o heredades, ponían en las calles a los que estaban enfermos, y le rogaban que tocasen siquiera el borde de su vestido; y todos los que le tocaban quedaban sanos.